A principios de los años 50 del siglo XX comenzó a cultivarse lúpulo en la Ribera del Órbigo y otras vegas de los ríos leoneses. El carácter minifundista de las poblaciones asentadas en estas vegas, y sus profundos y ricos suelos, se adaptaron muy bien al cultivo del lúpulo.
En su edad dorada, el lúpulo, resultaba ser un cultivo muy rentable por unidad de superficie. Esto permitió que miles de familias prosperasen a partir de pequeñas bases territoriales, algo imposible en otro tipo de cultivos.
Todavía hoy sigue presentando una rentabilidad por unidad de superficie muy favorable respecto a otros cultivos. Además, con la profunda modernización agraria y creciente mecanización en todos los cultivos, la mayoría de ellos se han hecho cada vez menos dependientes de la mano de obra y la automatización del riego y fertirrigación, hace que en cultivos como el maíz no sea imprescindible la residencia en la zona. Muchos agricultores ya no residen en el medio rural sino en las capitales en las que pueden tener acceso a una amplia gama de servicios y acuden a su explotación a realizar las labores en los momentos necesarios.
El cultivo de lúpulo todavía conserva operaciones que son necesariamente manuales, como el “trepado” o entutorado y a pesar de la mecanización, la “pela”, requiriendo mano de obra para meter trepas en la máquina peladora, atender los secaderos, etc
Además, debido a los ataques de plagas y enfermedades que pueden reducir enormemente la cosecha y la calidad de la misma, requiere también de una vigilancia continua a pie de explotación, por lo que es un cultivo que fija población en el medio rural y por su elevada rentabilidad por unidad de superficie, permite el sostén económico de muchas familias en extensiones relativamente pequeñas de terreno.
En los inicios del cultivo en aquellos años 50, la mecanización agraria en España era prácticamente inexistente. Los labradores recurrían a la tracción animal para las operaciones de arar y gradear, sacar agua de pozos mediante norias o trillar.
En el caso del lúpulo en aquellos años, todas las operaciones de cultivo eran manuales. Las cepas se descalzaban con la azada en invierno y se podaban a hoz para posteriormente aporcar para cubrir de nuevo la cepa. En los primeros años de cultivo, se disponían postes que servían como tutores de las plantas y se enroscaban los brotes en los mismos. La pela era completamente manual y empleaba grandes cantidades de mano de obra. La labor de las mujeres resultaba fundamental en esta operación, pero toda la familia colaboraba, desde niños hasta ancianos. Incluso muchos familiares que tenían establecida fuera del pueblo su residencia acudían a ayudar durante la campaña de recogida. El lúpulo comenzó entregándose en verde, sin secar. Para su conservación hasta el procesado final, se añadía azufre en la factoría, con el fin de evitar su fermentación.
Las primeras variedades que se cultivaron en la Ribera del Órbigo, Fino Alsacia y Hallertau procedían de Francia y Alemania.
Posteriormente empezaron a emplearse las espalderas de postes y alambradas que permitían un mejor aprovechamiento del terreno y serían fundamentales para la mecanización del proceso de pelado. Surge en este momento un utensilio para poder atar las trepas o tutores a la alambrada superior, que se encuentra a más de 6m de altura, la pardalera. También empezó a secarse el lúpulo en las instalaciones del agricultor, primero con bidones de carbón de cok que se situaban debajo de una tarima de madera sobre la que se extendía el lúpulo.
Surgen poco después las primeras instalaciones de pelado mecanizado. Primero son empresarios los que introducen y alquilan las primeras máquinas. Unos años después surgen pequeñas sociedades, agrupaciones de 4 o 5 cultivadores de lúpulo, que se unen para hacer frente a la inversión que supone la adquisición de una máquina peladora y la instalación de secado. Estos secaderos se construían en obra de fábrica y calentaban el aire mediante quemadores de gasoil. Disponían de rejillas de madera sobre las que se extendían las flores. Estas instalaciones además de servir para pelar y secar el lúpulo de sus socios, se alquilaban también a terceros de modo que trabajaban a destajo y se amortizaron rápidamente.
Aunque todavía se seguía utilizando fuerza de trabajo animal, durante los años 70, comenzó a introducirse el uso del tractor y los carros empiezan a ser sustituidos por remolques.
Los años del oro verde continuaron hasta el ingreso de España en la CEE. A partir de este momento, el cultivo comienza un declive progresivo y prácticamente desaparece de las vegas de los ríos leoneses a excepción de la Ribera del Órbigo y la Vega del Tuerto. La pequeña superficie de las parcelas, la cultura del lúpulo y la presencia de la factoría de Villanueva de Carrizo evitando los largos desplazamientos necesarios desde otras zonas, hace que, aunque con una reducción muy importante, el cultivo se mantenga y con él sigan vivos los recuerdos de aquellos pioneros de los años 50 y 60.
A día de hoy se mantienen algo más de 530 ha de lúpulo en la provincia de León. Actualmente el cultivo vive un momento de auge que debe aprovecharse para afianzar y extender la superficie y fijar población en el entorno rural.